Japón - Un país de contrastes

El viaje comienza en Tokio, una metrópolis donde lo antiguo y lo contemporáneo conviven en un delicado equilibrio. Sus luces brillantes y su ritmo frenético contrastan con la serenidad del Santuario Meiji Jingu, un refugio de paz en pleno corazón urbano. Tras vagar por las avenidas de Harajuku y Shibuya, donde la juventud y la moda marcan el pulso, ascendemos a la Torre de Tokio, desde cuya cima la ciudad se despliega ante nosotros como un océano de luces. Al día siguiente, nos adentramos en Nikko, un santuario natural donde las Cataratas Kegon caen como un susurro de la tierra y el Santuario Toshogu nos envuelve en su magnificencia. La vuelta a Tokio nos ofrece la libertad de perderse entre las luces de Ginza o la energía eléctrica de Akihabara, o quizá dejarnos envolver por la atmósfera ancestral del Templo Senso-ji.

En Kamakura, el Gran Buda nos observa con su mirada serena, mientras en Hakone, el majestuoso Monte Fuji se erige como un dios silencioso, guardián eterno de la tierra. Finalmente, caminamos por el antiguo camino Nakasendo, cuyas piedras susurran historias de antaño, para llegar a Magome-Juku, un pueblo que parece suspendido en el tiempo. En las cálidas aguas termales de Gero, nos rendimos ante la quietud del viaje, un suspiro final antes de dejar que el eco de Japón habite en nuestra memoria.