Pequeña Historia de Navidad

Pequeña Historia de Navidad

No es la primera vez que veía mi calle vacía. La calle Rui-López se encuentra dentro del popular barrio jerezano de la Albarizuela. 

Ya no vivo allí, pero para mí seguirá siendo “mi calle”. No eran más de las siete de la tarde de un día de estas navidades. La lluvia caída esta mañana y la calle aún húmeda me llevaban a tiempos de mi niñez. A cada paso sentía los sonidos del griterío de los niños jugando mezclados con los vecinos saludándose o discutiendo. Estaba viendo un paisaje lleno de figuras fantasmales en una calle tristemente vacía. Pero me reconfortaba llevando a mi imaginario toda esa tropa de fantasmas de gentes de mi barrio, que por allí pasaron en el histórico momento de su existencia. Doblando la calle Clavel sentía algún cante saliendo del tabanco de Paco mezclado con el ruido casi metálico de las fichas de dominó golpeando sobre la mesa de formica. En frente, pude ver la Panadería de mi familia, de donde salían exquisitos olores a pan recién hecho y a maderas quemándose. El despacho de mi tía, con ella y mi madre allí sentadas. Andando calle arriba un coro de niños jugaban a “pelota al ruedo”, Pepe “el del refino” atendía a algunas vecinas que se afanaban en las compras de Navidad. En la tienda de “Ultramarinos Ladis”, Eladio cortaba a mano ricas fiambres y olía a sardinas arenques. Gaspar, el joven “niño de los mandados” salía corriendo con su bici cargada de recados hacia la vecina Barriada España. Un poco más adelante, el taciturno señor Eduardo hacía guardia en su droguería, de donde salían olores a bolitas de alcanfor. Juan, el de la tienda de chucherías vendía caramelos y “cajitas de sorpresas” rodeado de gran parte de la chiquillería. En la vecina Plaza Quemada mi vecino Fernando jugaba a “las maquinitas” en el bar Pavoni y del taller de cerrajería surgían rudos y olores a hierros quemados mientras yo observaba como los obreros lucían grandes manchas de grasa sobre monos de trabajo que alguna vez fueron azules. Continué prolongando mi paseo por la calle de Caldereros, en donde una señora mayor siempre vestida de riguroso luto, y de la que nunca supe su nombre vendía carbón. Llegué a la confluencia de las calles Gaspar Fernández y Bizcocheros, en donde las casas señoriales denotaban ya la cercana presencia de la calle Larga. En pocos metros, en esta calle, se encontraban 4 Ultramarinos, entre ellos el de Paulino, todo un “súper” de la época, pescadería, kiosco, taller de motos, de bicicletas, 3 tabancos, una pastelería, una “recova”, dos zapateros remendones, dos barberías, una Peña taurina, una farmacia, varios bares de tapas. El famoso “El Perla”, a donde me gustaba ir de la mano de mi padre. Allí estaban todos, en esta tarde gris, compartiendo conmigo estas calles vacías. ¡Ah!, y en un bonito rincón, junto a una pequeña marquesina estaba la tienda de “Encuadernación”. Me encantaba entrar allí, apenas el encuadernador y su ayudante sobresalían entre una montaña de libros, papeles, diarios y revistas por encuadernar, resumiendo acres olores de papeles viejos.


Salí del sueño no sin antes despedirme, con lágrimas en los ojos, de tantos viejos conocidos que ya no están y les di las gracias por volver por unos instantes a mi cabeza. Al poco entré en el único, sí, único negocio que permanece, la pastelería de “Jesús el Artesano”; antes llamada “La Holandesa”. Un joven me atendió con exquisita educación, compré un excelente mazapán y unos hojaldres. Con la vista me paseé por el local que me pareció ahora más pequeño que cuando lo veía con mis ojos de niño. Le comenté al joven mi vinculación con el barrio y le recordé que en una de las esquinas de la confitería había una pequeña pila con un grifo para que los consumidores aliviaran sus gargantas tras la ingesta de pasteles y merengues. –Si, me lo han comentado y ¡sólo había un vaso para todos!, exclamó.

Me despedí del chaval y salí de nuevo a la calle triste y solitaria mientras recordaba la frase “sólo había un vaso para todos”. Ahora los niños y sus padres beben en botellas de plástico agua que pagan en un dudoso negocio, pero las calles están vacías.

Jerez, 28 de Diciembre 2017.

Texto y fotos © Faustino Rodríguez Quintanilla

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