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Atravesando los Andes en el Expreso Bolivar

Atravesando los Andes en el Expreso Bolivar

De nuevo en ruta, tomamos un bus “semi leito” con destino a Cochabamba. Los autobuses de algunas compañías como “Bolívar” son excelentes, disponen por lo general de dos plantas con asientos “cama” y “semicama”.

Cubren largas distancias por todo el país e incluso trayectos internacionales como por ejemplo este que leo en un cartel “La Paz – Buenos Aires”, 52 horas!! Es probable que a la llegada a destino te lleves incorporado en tu trasero el asiento o la semi cama, como casi nos pasaría a nosotros en los días que nos esperaban. Así que seguíamos en la ruta, atravesando un continente por tierra, la mejor forma para empaparte de todo, olores, colores, sol, frio, viento, calor, paisajes, paisanaje, costumbres, cambios y…, tienes tiempo para todo, lees, vuelves a leer, dormitas, bostezas, se te cae la cabeza para un lado, para el otro, hablas con tu compañero, con algún paisano, observas, te observan…pero quizás lo mejor de un largo viaje en bus es que te das tu tiempo para pensar… en por qué viajas.

Ahora vamos hacia Cochabamba, la ruta, al principio, discurre durante muchos kilómetros atravesando suburbios a medio hacer, un amasijo de ladrillos del color de la tierra y un revoltijo de bloques de hormigón que dan forma a edificios horripilantes, por donde trasiegan gentes, viejos camiones y perros vagabundos, “el mundo le será entregado a los perros” decía poco antes de morir el gran explorador Wilfred Thesiger. El último gran explorador, etnógrafo y escritor, recorrió 16.000 kilómetros en camello por el Territorio Vacío de Arabia. Murió hace unos años, a los 93 de edad, cansado de ver como el mundo que había conocido se derrumbaba sin remedio. Thesiger habría comprobado en estos arrabales de Bolivia que su vaticinio se había hecho realidad.

Por fin salimos al paisaje despejado, comenzamos a rodar por el Altiplano, el duro y hermoso Altiplano andino, kilómetros y kilómetros yermos y solitarios a cuatro mil metros de altura. Hacia el oeste la vasta extensión donde se pierde la vista, tan sólo, a veces, salpicada por algún campo de labor en donde apenas crecen algunas papas, un caserío tradicional con paredes de adobe y techo de paja… y poco más, nada más bajo el cielo increíblemente azul. Hacia el Este, la cordillera de los Andes con los nevados cerrando el paisaje, como colosos centinelas, detrás emergen poderosos cúmulos nimbus que se elevan desde la selva oscura y chocan con la gran cadena andina, elevándose en vertical hasta los nueve o diez mil metros para convertirse poco después en nubes de algodón que flotan a la deriva en un camino errático hacia la soledad del Altiplano.

El paisanaje con el que compartimos el viaje es de lo más variopinto, cholitas con gorro, abuelos con la cara curtida, jóvenes que parecen estudiantes, una persona decorada con chaqueta en alguna misión comercial, hombres de aspecto rudo con pinta de no afeitarse ni lavarse en varios días, alguna chica guapa y otras no, unos duermen, otros sacan algo para comer, otros, por lo general viejos indígenas, mascan coca formando una pelota en el interior de sus mofletes exhalando un olor acre y fuerte; y gente en general silenciosa y poco habladora.

Después de las primeras cuatro horas de trayecto paramos en un restaurante de carretera. El pasaje sale de su letargo y la mayoría se lanzan como posesos en busca de los baños. Como en toda Bolivia hay que pagar un peso para utilizar el baño y a cambio tienes derecho a usar un trocito de papel higiénico, que te da una señora a la entrada, y por lo general a disfrutar de un baño pestilente y sucio. En el restaurante, los paisanos se afanan en dar cuenta del “guiso del día”, algo parecido a un cocido con verduras, choclo, papas y algo de carne. Tiene buena pinta aunque a esta hora de la mañana a nosotros no nos apetece. Por lo general, en Bolivia el desayuno no se conoce como lo conocemos nosotros y son los guisos, las fritangas y las barbacoas las que sirven comida a cualquier hora, comida que los paisanos acompañan con grandes ingestas de su refresco preferido o con chicha, de seguro que algunos fabricantes internacionales de gaseosas estarán contentos con su colonización.

Volvemos al bus y a la rudeza del Altiplano, se suceden los kilómetros sin apenas cambios. A veces dormito y a veces leo el libro “Viaje Brutal” sobre la epopeya de mi paisano Alvar Núñez Cabeza de Vaca. Alvar Núñez formaba parte de un grupo de 400 españoles que en 1528 desembarcaron en La Florida al mando de Pánfilo de Narváez con la intención de conquistar lo que hoy es Norteamérica. En el transcurso del viaje fueron desapareciendo trágicamente en las ciénagas y en las selvas o comidos por las enfermedades…ocho años más tarde, vestidos con taparrabos Cabeza de Vaca y sólo tres expedicionarios más aparecerían en lo que entonces era el Méjico de Cortés, después de conseguir atravesar un continente. ¡Qué gente!

El paisaje comienza a cambiar ligeramente cuando al poco de virar hacia el Este nos adentramos en unas profundas gargantas que proporcionan una abertura natural atravesando los Andes. La carretera se retuerce ya sin solución en una gran bajada y el morro del autobús parece desafiar en cada curva a los grandes precipicios… Nos vamos adentrando en fértiles valles donde veo los primeros cultivos desde hace muchos días, frutales, cereales… agradan a la vista y refrescan los sentidos después de tanto desierto y frías montañas. Las últimas luces del día están desapareciendo cuando entramos de lleno en el trajín del gran terminal de autobuses de Cochabamba.

© Faustino Rodríguez Quintanilla, texto y fotos.

Andes de Bolivia, octubre de 2012

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