Santa Marta, casi a orillas del Caribe colombiano está impregnada de fragancias y olores dulzones, de puro trópico.
No para de llover, llevamos así muchos días. Alcanzamos un alto por encima de los 3.800 metros. Hemos dejado atrás las selvas y entramos en el páramo andino. Como los anteriores, el día está gris y triste. Por fin, chapoteando en el barro, llegamos a la “Hacienda la Primavera”.
El bochorno y fragor de los trópicos nos dio la bienvenida cuando llegamos a Santa Marta, la caribeña y cadenciosa ciudad colombiana.
Estábamos exhaustos cuando llegamos a la hacienda “La Primavera”. Desde que hace varios días saliéramos de Salento, la idílica población rodeada de cafetales en las faldas andinas del Quindío, no había parado de llover.