El bochorno y fragor de los trópicos nos dio la bienvenida cuando llegamos a Santa Marta, la caribeña y cadenciosa ciudad colombiana.
Habíamos llegado hasta aquí para emprender unos días más tarde uno de los recorridos más impresionantes que se puedan hacer en la Tierra: el trek de expedición a la “Ciudad Perdida”. Pocas cosas resultan más misteriosas que el descubrimiento de una antigua ciudad abandonada y si ese lugar está envuelto entre brumas y nieblas casi permanentes a la vez que es necesario atravesar innumerables ríos y selvas oscuras hasta llegar, entonces, la emoción está garantizada y comprenderemos por qué la Ciudad Perdida ha hecho honor a ese calificativo durante cuatro siglos.
Antes de emprender nuestra marcha a pie estuvimos dando muchos botes en el interior de un desvencijado Jeep llamado “el torito” hasta llegar a la pequeña aldea que se conoce con el curioso nombre de “Machete Pelao”, cuatro casas envueltas entre selvas y cultivos tropicales. Aquí, lejos de cualquier parte y sin darles importancia a nuestra presencia, unos mozalbetes se entregaban al juego más popular.
Poco tiempo antes de nuestra llegada estas aldeas y estas selvas habían sido guarida de guerrilleros, de paramilitares, de cocaleros, de pendencieros y de traficantes de todo tipo. Un lugar donde la vida no vale nada. Hoy, juegan al fútbol, entre risas y algarabía, esperemos que sea por mucho tiempo.
© Faustino Rodríguez Quintanilla, texto y fotos.
Cordillera de Sierra Nevada de Santa Marta (Colombia), 2010.
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