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Postales de Río de Janeiro

Postales de Río de Janeiro

“E buona a frutinha pa refrescar ao calor”, me comentaba un abuelo en la estación de autobuses de Itaiaia. Habíamos estado varios días de caminatas bajo el fragor del Parque Nacional de Bocaina, en la Mata Atlántica, la última selva costera del Atlántico brasileño. Ahora nos esperaba Río, la “Ciudad Maravillosa” como dicen los cariocas.

Nuestro bus avanza por avenidas kilométricas, a ambos lados se extienden casuchos sin orden, barriadas famélicas, polígonos industriales desordenados, tenderetes, talleres y miles de coches, camiones y autobuses. La postal de Río que tienes en tu cabeza no aparece. Después de recorrer muchos kilómetros nos adentramos por unos grandes túneles para atravesar los llamados “Morros”, las montañas que esconden a Río de Janeiro. Situada en el medio de un paisaje revuelto entre bahías, ensenadas, peñascos, montañas y selvas, un paisaje casi imposible para un entramado urbano, ahí está Río de Janeiro. Aparece la laguna Freitas y un sinfín de edificios, jardines y zonas arboladas.

Una ciudad irreconocible si hojeas antiguas postales o libros. Una ciudad dulce en sus comienzos y hasta mediados del pasado siglo cuando las oleadas de hormigón y chatarra no habían invadido aún sus selvas y bahías. Y, hoy, a pesar de todo la ciudad tiene su encanto; las avenidas arboladas de Ipanema, las clásicas grandes playas de Copacabana, Leblón o la misma Ipanema. La maravillosa decadencia absoluta de Lapa y del barrio bohemio de Santa Teresa. La Lagoa Freitas por donde la gente corre y luce el cuerpo. La vista desde Cristo Redentor, en Corcovado o desde Pao de Azúcar con la bahía de Guanábara a nuestros pies. Los edificios trepando por la maraña de la Mata Atlántica, las favelas que se retuercen en una arquitectura imposible rellenando cada hueco de los Morros. La paz y el verdor se puede encontrar en el Jardín Botánico, que ya impresionara al mismísimo Humboldt.

Y también, está el “otro” Río, el de los mercados de especias, el del ajetreo de tranvías, el de sus gentes, el de los “Boquetines” o viejas tascas, esas que no visitan los turistas. Lugares refugio de las gentes del barrio y de la bohemia, en donde se toman cervezas “geladas” y tapas y se habla alto, de fútbol y de política. Quedan aún varios años para que comiencen los fastos de las Olimpiadas pero la especulación ya campea loca por Rio y los precios son extremadamente altos para el carioca medio. Todo es así, pero no importa, a los cariocas siempre les queda su ciudad a la que aman con pasión. En un bar escucho una canción Mario Adnet, uno de los últimos representantes de la Bossa Nova… “Cidade notável, inimitável. Maior e mais bela que outra qualquier. Cidade sensível, irresistível. Cidade do amor, cidade mulher”.

© Faustino Rodríguez Quintanilla, texto y fotos.

Río de Janeiro (Brasil), noviembre de 2012.

Jerez, agosto de 2016.

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