En una bonita tarde de domingo como esta, con sus lluvias y sus vientos, uno también se acuerda de otros mundos, de otros momentos.
Aquel día la tarde caía plácida y gris. Nosotros regresábamos del profundo sur de Marruecos, en donde casi siempre todo es luz. Me gusta regresar al norte a través de carreterillas perdidas que atraviesan el Medio Atlas. La cadena más norteña de la cordillera se caracteriza por su origen volcánico, por sus extensos bosques de cedros, por sus lagos lapislázuli y por grandes altiplanos. Estas planicies, rodeadas de montañas y de cráteres extintos se sitúan a una altitud por encima de los 1.500 metros y son excelentes pastizales de primavera y verano, cuando los rebaños acuden a ramonear. En invierno, al contrario, el paisaje se aletarga e inmoviliza, algunos villorrios y casas perdidas aguantan en estas soledades, a veces con rigurosos inviernos, en los que la nieve no es un elemento extraño. Al menos una vez a la semana hay que acudir al mercado, a aprovisionarse, a intercambiar, a vender y a estar al día de las noticias de su mundo. Probablemente Mohamed y su mula regresaban del mercado semanal al calor de la casa, antes de que la noche envolviera la montaña y convirtiera el hermoso paisaje en un mundo gélido.
© Faustino Rodríguez Quintanilla, textos y fotos. Con William Rivera.
Inmouzer de Kandar. Medio Atlas. Febrero 2008
Jerez, Enero 2016.
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