Nicomedes Vargas vive en Chamac, a 3.200 metros sobre el nivel del mar, al pie de los grandes nevados de la cordillera de Huayhuash. Lo encontré mientras daba un paseo por el pueblo detenido en el tiempo, bajo el aire diáfano de los Andes.
Un pueblo lejos de todo, a donde solo se llega a través de una carretera de tierra después de atravesar angostas gargantas y desfiladeros. Un pueblo de traza y arquitectura colonial, con su pequeña plaza de armas y las calles orientadas en cuadrículas, muestra del buen hacer de la tradición urbanista española. Bien podría ser un pueblo agazapado en las montañas de la península Ibérica y en los comienzos del siglo XX. No viene mucha gente por aquí, algunos mineros, escasos montañeros y una vez cada cuatro años algún político a pintar una fachada.
Encontré a Nicomedes en una tienda minúscula, que es su taller y su hogar a la vez. –Llevo aquí toda mi vida, haciendo riendas y aperos para los caballos. –¿De dónde es usted? –me preguntó. –De España, señor –le dije. –¡Ahh, entonces somos vecinos! –me respondió, esgrimiendo una amplia sonrisa.
Chamac, Andes del Perú. Septiembre 2019
Jerez, Octubre 2019
Texto y fotos © Faustino Rodríguez Quintanilla
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