Habíamos pasado la noche en una "mínima" pensión de la pequeña aldea costera de la Sabana de la Mar, junto al Parque Nacional Los Haitises.
Este parque comprende un amplio territorio costero de gran biodiversidad, manglares y ciénagas, montañas y selvas, playas, cuevas y ríos que bajan directamente al mar. Una imagen lejana de la que normalmente nos llega a través de los folletos turísticos de promoción de la República Dominicana.
Compartíamos una habitación donde el principal "lujo" era una mosquitera sobre la que se paseaban algunos elementos alados y una mesita de noche con una vela. Me apresuré a salir al fresco de la mañana, ese fresquito vital que hay que aprovechar siempre que viajamos a los trópicos. El mar presentaba una extraordinaria quietud mientras los pescadores salían a faenar.
Al fondo se recortaban unos poderosos y hermosísimos cumulonimbus procedentes de nubes ciclónicas y entre ellas el sol tamizado por las mismas aparecía dulce y relajante produciendo un estallido de colores. La temporada de ciclones estaba comenzando pero en este momento nada hacía presagiar que no lejos de allí, al otro lado de este mar histórico y aventurero se estaba fraguando uno de los ciclones más destructivos de los últimos años: el huracán Katrina, que ese mismo día descargaría toda su fuerza sobre amplias zonas del Golfo de México y de las costas de Nueva Orleans.
© Faustino Rodríguez Quintanilla, texto y fotos.
Bahía de Samaná, mar Caribe (Republica Dominicana), agosto de 2005.
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