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Baños es una agradable ciudad situada al pie del volcán Tunguraua y junto al río Pastaza, afluente del poderoso río Napo, aquel que navegara el español Francisco de Orellana, uno de los grandes afluentes del Amazonas. 

El aire vuela dulce y el ambiente es relajado y sensual, flotan agradables fragancias y olores dulzones que exhalan las junglas y florestas cercanas. En la calle la gente casi siempre tiene colgada una sonrisa en su cara, suena salsa y otros ritmos caribeños a toda voz en muchos de los bares y garitos que se reparten por las calles y la fiesta se apodera de muchos locales cuando llega la noche y comienza a correr generosa la cerveza y el ron. Y, si como nosotros, el viajero proviene de los solitarios y fríos páramos andinos, este alegre ambiente se hace más acusado y reconfortante. Por eso, después de pasear un buen rato por la ciudad, de disfrutar de sus parques, de sus jardines, de los coloridos puestos, me sorprendió de pronto, en uno de los pabellones del mercado de la ciudad, encontrarme con dos seres que hacían un trabajo “fino” en la “carnicería” de la zona. Me vino a la mente la palabra ya casi en desuso en el idioma castellano de “matarife”. Los dos “matarifes”, un superlativo de carnicero, estaban a lo suyo, sin importarle demasiado que el viajero paseara con su cámara por ese rincón olvidado del mercado. Una auténtica “delicatessen”.


 Mercado de Baños, Cuenca del Amazonas. Ecuador. Septiembre 2001.


 Jerez, Marzo 2018.
 Texto y foto: © Faustino Rodriguez Quintanilla.

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