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Desde la ventanilla del pequeño avión de Ethiopian Airlines el paisaje que rodea Lalibela parece un papel marrón arrugado en mil pliegues caprichosos. Poco después de aterrizar nos encontrábamos dando botes en una furgoneta camino de uno de los grandes hitos de la historia de la Humanidad.

Lalibela es un lugar remoto, las casuchas se agrupan al lado de la carretera y se desperdigan por los montes. Al medio día, cuando llegamos, el aire templado, el polvo de las calles sin asfaltar y los miles de moscas se mezclan formando una atmósfera densa y acre, netamente africana.

Hemos venido a Lalibela buscando las iglesias talladas en la roca. Hace más de 1000 años se construyeron en esta zona de Africa numerosas iglesias de piedra. La particularidad de las mismas es que están excavadas, la mayoría, bajo la superficie de la tierra, probablemente, para que pasaran desapercibidas ante los enemigos. Su construcción es, aún hoy en día, un misterio. Se piensa que para la realización de algunas de ellas se necesitaron al menos cuarenta mil obreros, contando la leyenda, que fueron acabadas con la “ayuda de los ángeles”. En 1521, el sacerdote portugués Francisco Alvarez llegó a Lalibela y escribía en su relato “Preste Juan de Indias”; –me cansaba de escribir de estas maravillas, puesto que seguro me acusarían de falsedad. 

Paseando entre las penumbras de las paredes frescas, entre túneles y galerías excavadas en las rocas, oliendo a humedades mezcladas con incienso y cera, descansando junto a pinturas y manuscritos centenarios, observando los rostros de otra época…, uno siente de repente que ha encontrado la beatitud perdida. 

Poco más tarde, después de salir de las oscuridades de la tierra, volví al atardecer africano. Los rayos del sol poniente iluminaban con colores suaves la tarde en las calles de Lalibela. Una chica, como siempre de cara sonriente, nos ofreció un buen café, que disfrutamos con la mirada atenta y a la vez perdida en estos confines de Africa. Poderosas nubes se acercaban en este atardecer, inevitable presagio de un fuerte aguacero. 

© Faustino Rodríguez Quintanilla, texto y fotos.
Lalibela (Etiopía), noviembre 2014.
Jerez, junio 2016.

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