Lo confieso, utilizo Google Maps y a veces, no muchas, algunas aplicaciones como Wikilocs. Pero, procuro, que sean sólo las justas. Es decir, muy pocas.
Tengo amigos y muchos clientes que llevan toda la clase de “aparatejos” de última moda, para orientarse y medir no ya las distancias, sino cada paso o metro ascendido, convirtiéndose en ocasiones en una obsesión, dejando pocos metros para la ensoñación. Por eso quiero rendir hoy un modesto homenaje a mis mapas, esos viejos trozos de papel dulcemente pintados, que han sido compañeros fieles en todas mis correrías.
Los mapas Firestone, con las carreteras de la época. Era a mediados de los setenta cuando con mis amigos boy scouts recorríamos en verano aquéllos caminos. No conocíamos todavía las hojas “militares” ni las del Instituto de Cartografía. Aquéllos mapas representaban con dulces dibujos las maravillas de una España que descubríamos y que ya se fue. Más tarde, en mis inicios en el Club Montañero descubrí la vieja y famosa “Hoja 1051”, con la que nos aventuramos por la Sierra de las Nieves, en sus bosques de pinsapos y hasta la cima de la Torrecilla, nuestra primera “gran montaña”, toda una “empresa” para la época. De aquél momento, también, es el mapa provincial de las Cajas de Ahorros de Jerez y de Cádiz, una bella edición de estas Cajas, cuando aún colaboraban con la cultura y no se dedicaban a robar a sus paisanos. A finales de los setenta dimos el salto a los Pirineos y allí admiramos las prácticas y bellísimas ediciones de la Editorial Alpina, catalanes de Granollers a la vanguardia de la cartografía excursionista en España.
A comienzo de los ochenta saltamos a Marruecos, con la sola ayuda de los mapas de carreteras nos adentramos en las montañas del Atlas, salvajes y nada conocidas en la época. Un mundo de pistas polvorientas y solitarias que nos llevaron a disfrutar de algunas de las mejores jornadas de la existencia. También por esos años nos aventuramos por las montañas europeas y al encuentro de los Alpes, de la mano de la prestigiosa editorial alemana Kümmerly + Frei.
Y tan enamorados de los mapas estábamos que hasta hicimos nuestra propia edición. A mediados de los años ochenta, también, unos cuantos amigos, entre los que yo me encontraba, editamos el primer mapa montañero de la Sierra de Cádiz, un mapa de cordales con información turística y con los descriptivos dibujos de Manolo Gil.
Es también en esta época cuando nos lanzamos a la gran aventura de atravesar el Sahara. Con un Renault 4 y la inestimable ayuda del “Gordo de Michelín”. Hasta eso hoy ha cambiado. A nuestro entrañable “Gordo” nos lo pusieron a dieta.
Ya en los años noventa llegamos al “techo” de África con un sugerente mapa del Kilimanjaro y saltamos al Himalaya, dando la Vuelta al Annapurna, siguiendo un viejo mapa adquirido en Katmandú. Años más tarde, pudimos llegar al campo de base del Everest con una moderna y cuidada edición de National Geographic.
También he disfrutado con algunos mapas exóticos, como el que seguí en los caminos de vértigo de la isla de Santo Antao, en Cabo Verde, o más recientemente, en 2014, en las montañas Simien, en Etiopía.
Y, por último, mis adquisiciones más recientes, las hojas cartográficas “The Pamirs” y “Central Asia” con las que en unos días estaremos vagabundeando por las históricas “Rutas de la Seda”. Ya lo escribía Robert Louis Stevenson: “no hay mejor materia para un sueño que un mapa”. A soñar…
© Faustino Rodríguez Quintanilla, texto y fotos.
Jerez, septiembre 2016.
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