Desde la ventanilla del pequeño avión de Ethiopian Airlines el paisaje que rodea Lalibela parece un papel marrón arrugado en mil pliegues caprichosos. Poco después de aterrizar nos encontrábamos dando botes en una furgoneta camino de uno de los grandes hitos de la historia de la Humanidad.
Me encontraba a gusto esta mañana, el aguacero de anoche había asentado el polvo reinante de la tarde anterior, cuando estuvimos visitando los templos milenarios de Lalibela, entre moscas y calor. Esta mañana me sentía un poco como mi admirado RL Stevenson mientras escribiera “Travels with a donkey”.
Llevo muchos años recorriendo todos los rincones de Europa.
“Naciones, nacionalidades y pueblos del sur” es el pomposo nombre que recibe una vasta región de más de cien mil km cuadrados que guarda en su interior una extraordinaria diversidad cultural y etnográfica.
Después del viaje en furgoneta desde Kampala y del consiguiente traqueteo, aquel pollo extremadamente duro del restaurante del “Saad Hotel”, el único de la zona, nos pareció una auténtica delicia, acompañada por la amabilidad de su jefe, Mr. Yestas, una persona bajita, decorada con un traje de chaqueta, con ojos saltones y que se expresaba con voz tímida en una especie de mezcla entre inglés y swahili, con la rapidez del rayo, haciendo que no nos enteráramos de casi nada de lo que decía. Pero lo que verdaderamente nos importaba era estar por fin ante la entrada del misterioso Ruwenzori, las legendarias Montañas de la Luna.